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"El Botijo, tecnología simple pero útil"

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Un envase panzudo, un pitorro, una boca para rellenar y un asa. Como apunta el dicho, el mecanismo de un botijo es simple, pero a la vez perfecto. Antes de la llegada de la nevera, este recipiente de barro aseguraba agua fresca, y era compañero fiel en las tareas de siega o vendimia, en las excursiones en el seiscientos y en las tertulias nocturnas de la familia y amigos.

El agua corriente primero, y la generalización de las feas botellas de plástico de agua mineral después, fueron desplazando de la vida cotidiana al viejo botijo. Todavía está en algunas casas, más como un objeto decorativo que usado, y también es protagonista de varias colecciones particulares, como la que puede visitarse en Cisneros (Palencia), o la del Museo del Botijo de Toral de los Guzmanes (León), que hace pocos años fue distinguida por el Guinness como la colección de botijos más grande el mundo. En total, cerca de 3.000 ejemplares, la mayoría españoles, pero también de otros lugares, porque el botijo, con diferentes formas, existe en muchos países del mundo.

Paralela al olvido del botijo y de otros recipientes de barro tradicionales, ha ido la desaparición del gran número de alfareros que existía en prácticamente todo el territorio de Castilla y León. Cada zona aportaba su maestría y sello especial: Jiménez de Jamuz, Aranda de Duero, Tajuelo, Coca, Fresno de Cantespino, Tiñosillos, Casavieja, Arrabal de Portillo, Alajeos… De Alba de Tormes eran famosos los botijos con filigranas; de Astudillo, los botijos de Pasión o de Santos. Zamora era núcleo principal de la alfarería: Carbellino, Moveros, Pereruela, Muelas del Pan… Muchos ya no están, pero todavía hay en algunos de estos pueblos buenos artesanos a los que comprar un buen botijo: el regalo del verano.

 
 
"El Botijo, tecnología simple pero útil"
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